martes, 4 de abril de 2017

LOLA




C

ada mañana se asomaba a la terraza de su casa. Sus ojos, aún soñolientos, delataban la noche aciaga que su cuerpo, castigado por las veleidades del trágico deambular de los años en su persona, gritaba en un silencio sepulcral pero vívido a la luz del alba.

Se asomaba esperanzada en que la mañana trajese de nuevo el mejor de los regalos que, cada día, hacía que el suplicio de cada noche merecía la pena ser sufrido, un suplicio que, al amanecer con las primeras luces del día, pasaba del oscuro gris de lo inaguantable al claro celeste de lo deseado.


Asomarse en su balcón, cuya barandilla delataba momentos de más lustre, era una aventura maravillosa.

Miraba a su alrededor con la esperanza de que, aquello que la mantenía viva cada noche y que hacía que sus días fueran más soportables, de nuevo volviera a suceder esa mañana como un milagro cuyo artificio tan solo su espíritu reconocía.

Allí estaban frente a ella, mirando expectantes, con ojillos penetrantes fijos, inalterables en la artífice de ese momento de felicidad para todos, clavados en Lola.



Era el momento soñado, el momento que le daba vida a ella y a sus visitantes.
Lola vertía entonces el contenido de su ajada bolsa de tela con rallas rosas y blancas; vertía en el jardín frente a su balcón con una sonrisa que le llegaba más honda en el alma que el mismísimo sol del amanecer, a sus fieles amantes, los gorriones, las migas de pan que, a lo largo del día anterior, había ido desmigando de los trozos de pan duro sobrantes de la comida; una bandada de gorriones que, cada mañana, acudían fieles a la llamada de la sabia naturaleza: alimentarse de aquellos manjares que festejaban con sus gráciles saltitos, sabiendo que, un día más, estaba allí Lola, fiel a su promesa divina hecha antes sus ilusiones, sus desazones, sus desalientos y ahora su sencillez ganada tras huir del complejo e hiriente mundo en que vivimos.


Mientras arrojaba aquellas migas murmuraba con una tierna sonrisa…  

                  - Esta es la verdadera felicidad: dar pan a quien lo necesita.



Lola vivía para ese milagro cada día de su vida. ¿Puede haber algo más divino?

© José Francisco Romero


2 comentarios:

  1. En la sencillez del relato -que no en la simplicidad- se enceuntra la grandeza del mismo.

    Enhorabuena.
    Abrazos

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    1. Muchas gracias José. Soy de los que piensan que en las cosas sencillas, descritas sin ampulosidades se encuentra también la belleza. Abrazos

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  Y LOS SUEÑOS, SUEÑOS SON...                                                                                                               ...